Ansiedad y vínculos - El orígen
No sé en qué momento exacto me volví esta versión
mía que no tolera la espera, que analiza puntos
suspensivos como si fueran una fecha de vencimiento
borrosa, que quiere certezas sin haber firmado nada,
y que intenta parecer desapegada, pero la emoción se
le escapa por las costuras.
Supongo que es una acumulación de eventos, traumas
y 2 o 3 canciones de amor que me arruinaron el
GPS emocional.
Mi infancia fue buena. Incluso feliz. Amor, abrazos, cuidados. Tal vez un poco de “no te subas ahí que te vas a caer” en modo loop, pero todo bien. No tengo reclamos. Solo aprendí a no confiar del todo en mi propio juicio: siempre había un adulto para decirme “por las dudas, no”. Así que crecí con amor, sí, pero también con la sospecha de que la vida era riesgosa... incluso antes de vivirla.
A los 15 ya tenía ansiedad, pero bien educadita. Callada. De interior. Como esa humedad que no ves hasta que un día se te cae el techo. Me angustiaba mucho sin que nadie lo notara, lo cual es un superpoder bastante inútil.
Después vinieron los vínculos.
El primero, una clase magistral de todo lo que no hay que tolerar, pero que igual tolerás porque sos joven, intensa y tenés un par de vacíos que llenar. Celos, control, manipulación emocional, y un yo que pensaba “bueno, pero él me ama”.
Duró seis años. La herida fundacional. Graduada con honores en “quedarse donde te lastiman porque capaz mejora”.
El segundo fue la secuela forzada. Una relación con alguien bueno, muy bueno. De esos que militan el feminismo mientras vos intentás recordar tu contraseña de autoestima. También duró seis años. Ahí aprendí que lo cálido también puede anestesiar. Que si no hablás nunca por miedo a romper lo que funciona, te vas rompiendo vos sola, pero más despacito.
Y acá estoy. En la versión 3.0 de mí misma. Buscando señales como si fueran descuentos. Necesitando aclarar todo antes de que suceda, para no volver a quedar atascada en el no era lo que parecía. Porque ahora sé lo que es quedarme donde no me cuidan, y no quiero ni una cucharadita más de eso.
¿Qué cosas abrazo de mí?
Mi capacidad de análisis, mi intuición afilada, mi honestidad brutal en ambientes que piden disimulo. Que me río incluso cuando me quiero arrancar el alma con la uñas comidas. Que tengo un máster en aparentar estabilidad emocional mientras mi cabeza hace acrobacias sin red.
Y que escribo esto. Porque me quiero entender.
¿Y qué cosas odio?
El control. La necesidad de tener todo resuelto como si eso evitara el dolor. El pánico al gris. Esa manía de querer leer mentes porque nadie me responde en tiempo real. El personaje de “la que no necesita nada” que a veces me pongo cuando, en realidad, necesito que alguien me diga que no es tan grave, que está todo bien, que me quede.
No estoy rota. Solo aprendí a sobrevivir con herramientas que ya me quedan chicas. Me enseñaron que ser intensa es algo que hay que ocultar, que pedir claridad te hace parecer desesperada, que si alguien desaparece, el problema seguramente sos vos.
Y acá estoy. Mi herida fundacional no me define, pero me construyó. Me hizo alguien que detecta el peligro rápido, que habla de frente, que se incomoda pero igual se queda. Alguien que puede ser mucho, pero nunca tibia. Y aunque a veces me duela mostrarme así, hoy prefiero seguir eligiéndome incluso cuando los otros no lo hagan.
Comentarios
Publicar un comentario