Manual para exorcizar fantasmas (y no desaparecer en el intento) - Primera parte
Introducción:
Al fin y al cabo, pasar el día con el celular o sin él no altera la ecuación de la existencia. Aislarse de las redes sociales “para no ser parte” y al mismo tiempo perder la capacidad de articular un deseo cualquiera es, quizás, la paradoja más explícita de nuestro tiempo. Creés que escapaste, pero te informo que lamentablemente no lo lograste. Evaporarse es una cobardía que trasciende lo individual y funciona como síntoma: miedo al conflicto, incapacidad para confrontar lo humano.
En este escrito, me dispongo a ser juzgada en todos los tonos y ángulos posibles. ¿Me importa? Sí, y no. Porque incluso lo que no se dice tiene una densidad comunicativa que rebalsa.
Aclaro que la violencia con la que detallo mi malestar no es gratuita ni literal. Es una estrategia, un ejercicio de ilustración del lado oscuro de esa sobreadaptación compulsiva que cargamos. Hay, además, un apartado fascinante en el manual de cómo vivir en sociedad: el capítulo sobre mujeres nos asigna la tarea solitaria de racionalizar lo emocional hasta desactivarlo, de encontrarle lógica a lo ilógico. El corto apartado de los hombres, en cambio, ni siquiera existe. Esa omisión, aunque cómoda, también me entristece.
La desaparición sin palabras
El fantasma que no deja notas. La evaporación súbita. Una acción tan común que seguramente ya tiene un extenso apartado en la Enciclopedia Twitter o, al menos, una colección de guías prácticas en Instagram. No es necesario agregar nada: simplemente está mal.
No voy a caer en el discurso trillado de la “responsabilidad afectiva”. Pedirle tal nivel de complejidad emocional a alguien cuyo coeficiente intelectual desconozco —y cuya inteligencia emocional podría ser demasiado pequeña— es ingenuo. Pero sí exijo una cosa: coraje.
Nos alejamos de la urgencia tecnológica sólo para caer en una urgencia más brutal: descartar a alguien con la misma indiferencia con la que cerramos una pestaña de google (o Safari para los chetos). En TikTok abundan relatos de mujeres que se quedaron a pesar de todo, retorciéndose para encajar. También proliferan las estrategias para retener a un hombre, como si fueran estrategias de guerra emocional.
La palabra es la herramienta más efectiva
Hablar cara a cara sigue siendo un acto de valentía. Esa es mi regla, y peco al esperar lo mismo de los otros que generalmente sólo pueden ofrecer una mediocre acción: la de fingir que nunca nada sucedió..
Desde este lado de la historia se sienten muchas cosas, pero al menos no me siento un descarte. Elegí. Hice lo que quise, trato de hacer lo que quiero, aunque esa libertad tenga su costo. No me siento melancólica ni deprimida, pero hay algo ardiente en mi interior: ira. Me siento como un dragón al que le hierve el fuego en el pecho, aún torpe para dominarlo, pero listo para desatar. Me contengo.
Les pido a mis amigas que me frenen, que me anclen, porque soy impulsiva por naturaleza y no quiero perderme en la energía corrosiva de algo que no va a cambiar nada.
Sin embargo, en mi imaginación, me entrego a la visceralidad: arrancar tripas, aplastarlas contra el asfalto y dejarlas ahí para que el perro callejero más hambriento las devore. Ese pensamiento me alivia, aunque solo sea un recurso fantástico.
En la realidad, me guardo. Pero las palabras se acumulan: cortantes, venenosas, cargadas de intención. Y aunque no las pronuncie, puedo compartir acá un pequeño arsenal de frases diseñadas para sembrar el caos.
Armas poco éticas de precisión emocional
¿Qué te pasó? Una pregunta que inocula la idea de que algo está roto en el otro, que el problema radica en su interior y no en la interacción compartida.
¿Te ofendió cuando pasó [inserte anécdota irrelevante]? Una insinuación de fragilidad, de incapacidad para enfrentarse a sí mismo o a los demás. El énfasis está en esa fragilidad implícita.
Tranqui, quería disculparme si dije o hice algo que te lastimó. A veces puedo ser cruel sin querer. Una disculpa envenenada, cargada de condescendencia y fingida autocrítica.
Después de lanzar estas frases, no me interesan las respuestas. No busco diálogo ni reconciliación, solo una diminuta y efímera sensación de justicia que me gratifica en silencio.
Uh, no se publicó mi comentario, creo lo mandé por privado. Soy malisima con las redes...
ResponderEliminarUy que pena, no me llegó nada privado, pero gracias por leer :)
ResponderEliminarMe gusta como escribes. Y sí, este discurso viene con una carga mucho mayor ¿sabes? Evidentemente, solo nosotrxs podemos hacer ver cuanto nos afecta un problema equis en el que está envuelto una persona que nos importa/ba y el pensar en qué tal va a responder con responsabilidad afectiva es algo que damos por hecho y cuando vemos la realidad nos rompe un poco. No todo tiene que ser lindo, creo que de aquí viene el aprendizaje para ambxs sexos, también creo que el algoritmo de las redes es cruel cuando estas pasando por un momento de vulnerabilidad pero nos animo a reflexionar ¿quien nos llega a conocer más, en realidad? ¿aquello virtual de lo que solo está programado o nuestras propias emociones que son válidas en todo momento? En fin, debe ser algo cultural...
ResponderEliminar¡Muchas gracias por tu comentario! Coincido con tu reflexión y creo que nuestras propias emociones son suficientes para descrubrir en qué lugar no queremos estar. Sin embargo, como decís, el discurso en redes sociales puede confundirnos y hacernos sentir insegurxs de lo que sentimos, deseamos y cómo actuamos. Sin dudas es cultural, y de las redes baja a la sociedad, y desde la concepción social es que aparece en redes. Una trampa sin salida. Por eso me parece clave cuestionarlo y transformar estos relatos con menos táctica y mas honestidad. Saludos!!
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