Dolerme
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Hacer click y ver cómo alguien blanquea un nuevo vínculo puede sentirse como una invasión al cuerpo. Una rata mordiéndote la boca del estómago, paralizando brazos y piernas. Aunque todo parezca estar en orden, pues el curso natural de las cosas: relaciones que terminan, personas que avanzan. Debajo de la superficie razonable, algo se quiebra.
La idea del duelo como proceso lineal es una construcción que no comparto. El tiempo, más que un aliado de la sanación, se convierte en un medidor arbitrario que define cuándo se debe avanzar, o peor, en un aviso de cuándo el dolor se vuelve socialmente incómodo y tiene que terminar u ocultarse.
Tres meses y medio parecen… no tengo idea de qué son. Pero la mente no responde a calendarios. Lo que queda sin decir (palabras que nunca se pronunciaron, preguntas sin respuesta) perforan la narrativa ordenada de un cierre limpio.
Hablar, llorar frente a otro primero, es una exposición radical. Aunque después se aplaude con ganas el coraje del que avanza, pero se juzga a quien se detiene a nombrar la herida.
La carga no es equilibrada. Cuando hablé liberé al otro de la piedra que arrastraba con mi nombre. En ese acto, me transformé en esa carga. Quedé convertida en un peso que dejó marca, pero que en su camino parece irrelevante.
El mandato contemporáneo insiste: "Dale para adelante", "Enfocate en vos". Un discurso que parece sacado de un manual neoliberal sobre cómo "superar" el duelo. Pero este “avance” es muchas veces performativo, un autoengaño que disfraza el vacío de valentía.
La mente, sin embargo, tiene sus propias reglas.
Una parte de mí celebra, de corazón, el bienestar ajeno. Porque, pese a todo, el amor existe—y no hablo del romántico. La empatía sobrevive incluso en las fisuras. Pero hay otra parte, más oscura, que no puede dejar de cuestionar: ¿Qué tan cierto fue el vínculo si el reemplazo llegó tan rápido? ¿Qué tan limpio el final si todo se volvió descartable?
Mientras tanto, el cuerpo responde en su propio idioma, uno más primitivo, menos diplomático. Las certezas se diluyen, comer se convierte en un tire y afloje constante con el vacío, y lo único que queda es un reflejo absurdo: una figura más flaca, que encaja mejor en los cánones de belleza. Como si esa apariencia, construida por el desgaste y la pérdida, fuera el único beneficio tangible del dolor. Es irónico, pero encaja.
Sentir es incómodo, desestabilizante. Y doler, inevitable. En ese espacio de incertidumbre, la confianza en uno mismo se vuelve un terreno inalcanzable. Lo único que permanece es la sospecha y el asombro: ¿De qué estuvo hecho lo compartido? ¿De qué está hecho lo que queda?
Hablaba del "reemplazo" después de una ruptura el.otro día con un amigo, de cuánto tiempo se deja pasar para empezar a construir otro vínculo, de que si no estás del todo bien sería bueno empezar a construir otro vínculo? Y de que a veces es lo que ayuda pero a la vez tampoco estás al 100 para eso nuevo, very dificult todo
ResponderEliminarEs que se cruza todo eso por la cabeza pero es muy racional. Después lo emocional va a hacer lo que quiera las teorías creo
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