Abrazar las alternativas
Ayer falté al trabajo por ansiedad. No es novedad, tengo Trastorno de Ansiedad Generalizada y vengo de meses complicados: me separé, perdí dos trabajos y me quedé solo con el de la radio, donde lo que gano dura menos que un cubito de hielo en el desierto.
El alquiler en Buenos Aires subió un 200% en un año , la canasta básica ya está en 596 mil pesos , y mi sueldo apenas llega a la mitad de eso. Spoiler: me siguen bancando mis viejos. Y no es que sea un caso aislado, el 50% de los jóvenes entre 18 y 35 años dependen económicamente de su familia . Básicamente, un país de adultos mantenido porque trabajar ya no alcanza.
Frente a esto, intento no colapsar. Escribo, salgo a caminar, me repito mantras tipo “todo pasa” mientras veo la yerba aumentarse a sí misma en la góndola. Trato de aceptar lo que venga: que me gusten personas que no me dan bola, que quizás tenga que volver al sur y que la independencia económica es un concepto teórico.
Me puse un plazo para la búsqueda laboral. Si no encuentro algo, me vuelvo. No es lo que quiero, pero tampoco quiero estar dos horas en el chino decidiendo entre comprar queso o tener luz.
Y aunque no elegí ninguna de estas opciones, tampoco todo depende de mí. Tengo que amigarme con lo que hay, evaluarlo y con eso armar un plan. Porque tener un plan, aunque no sea el ideal, nos saca de la incertidumbre y nos da algo a lo que aferrarnos. Una alternativa para abrazar y seguir dando para adelante.
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